domingo, 17 de enero de 2016

Zombies de Leningrado

El horror ha sido siempre considerado un género menor, y sus obras, sub-productos no merecedores de la atención del público especializado. Ha sido el tiempo el que ha ayudado a que grandes escritores, como Mary Shelly, Bram Stoker o Edgar Allan Poe, ocuparan su justo lugar en el imaginario popular, por un lado, y en la historia de la literatura, por otro.

A pesar de haber visto ese efecto, la literatura sigue siendo reticente a aceptar en su seno a este género, e incluso los grandes escritores de terror de hoy día, Clive Barker, Stephen King, siguen sin ser considerados gran literatura en según qué círculos.

Esta ceguera impide no sólo reconocer el talento literario, sino también la gran ventaja que tiene el terror sobre otros géneros (drama, romántica o histórica): la permisividad de hablar de ciertos temas que, en otros foros, no se pueden apenas nombrar.

Ya lo he dicho en mis reseñas de Candyman vs Pesadilla en Elm Street y de Maggie, y si alguien tiene mucho interés en esta opinión, allí podrá encontrar una buena cantidad de texto al respecto.


Hoy he venido a hablar de Zombies de Leningrado, de Javier Cosnava, y por lo tanto he de volver a sacar el tema, pero muy poquito, que ya soy repetitivo por defecto. Cosnava usa el terror, y en particular el subgénero zombie, para hablarnos de una tragedia real que, en otro género de novela (bélica, histórica) hubiera sido más difícil. Viene a hablarnos de los casos reales de canibalismo que ocurrieron durante el asedio de Leningrado. Ahí es nada.

Javier Cosnava tiene recorrido. Es uno de los escritores con más tirón en digital y es guionista de comics, con premios tanto en una como en otra vertiente de la escritura. Su saga más famosa, quizás, es “El Joven Hitler”, que ya va por su tercera entrega.

Zombies de Leningrado es lo primero que leo de él. Se enmarca, como decía arriba, en un Leningrado en pleno asedio nazi. Hitler había decidido que Leningrado no tenía apenas interés para conservarlo y, en cambio, su gran cantidad de población la hacía un perfecto ejemplo del poderío nazi. Si conseguía ahogar y destruir la ciudad, hasta que ni la historia la recordase, el varapalo para la moral soviética sería decisivo.

Claro que luego veríamos que Hitler no escuchó a Vizzini: "Never get involved in a land war in Asia".

Seguiremos las peripecias de una serie de personajes desde el punto de vista de una adolescente en el interior de una ciudad desesperada, sitiada, acosada por los bombardeos y presa del hambre. Tanto, que algunas gentes han cedido al canibalismo, los más de una forma tórpida y carroñera, simplemente desgarrando y devorando todo cuerpo, muerto o indefenso, que tuviera la mala fortuna de caer en su radio de acción; los menos de forma violenta, cazando personas e incluso iniciando verdaderos mercados de carne humana.


Para contar esta historia, Cosnava decide voluntariamente vestirla con el formato de una narración del subgénero Z. La razón parece evidente, y es que las pobres criaturas que acabo de describir son, en realidad, lo más cercano a los zombies que podemos ver en el género hoy día, una vez les eliminamos el elemento fantástico.

Por supuesto, los zombies que recorren la ciudad de Leningrado no son contagiosos. Pero sí que es contagiosa (fue contagiosa) la tendencia hacia el canibalismo, pues es un comportamiento de supervivencia que muchos acabarían imitando.

Con la intención de poder usar ciertas licencias estilísticas propias del género, incluido usar la palabra zombie de vez en cuando para denominar a estos desdichados, Cosnava utiliza un recurso muy inteligente que marcará el ritmo del relato y de la narración: el narrador no nos habla a nosotros la mayor parte del tiempo, sino que es una mujer anciana la que narrará esa historia a su nieto adolescente, fan, cómo no, de la Z-manía. Esto permite que las licencias de Cosnava no chirríen, y que todo el relato tenga un aire más ligero y dinámico que si lo hubiera abordado desde otra perspectiva.

Por otro lado, sabe hacer que la historia paralela de la abuela y el nieto, visitando los lugares de niñez de ésta, tenga no ya sólo un peso fundamental en la historia principal, sino además interés por sí misma.


En seguida iremos con más detalles, pero por hablar en general del libro, me ha gustado, me ha tenido enganchado hasta que lo he terminado (sobre todo el último cuarto) y lo he disfrutado mucho. Por otro lado, el estilo del libro no es mi favorito, precisamente. Quizás demasiado ligero y dinámico para lo que me suele gustar a mí. Pero, siendo sincero, he de decir que esto es un punto positivo. Porque si en otros escritores no he sabido soportar ese estilo, Cosnava ha conseguido que disfrute de la historia y que ese gusto personal no entorpezca apenas ese disfrute.

Ahora, como no soy un estudioso de literatura, sólo un señor que de vez en cuando aporrea teclados y que lee todo lo que puede, es posible que mucho de lo que diga del estilo de Cosnava no sea académico ni use los términos correctos.

Pero este es mi blog y lo escribo como quiera, porque para los cuatro gatos que se pasean por aquí, tampoco estoy yo para ponerme pedagógico.

Digamos que Cosnava utiliza una cantidad más que respetable de recursos narrativos en sus descripciones, y he de decir que muchas de ellas me han llegado. Por otro lado, muchas de las escenas pasan demasiado rápido por la novela a mi gusto. Pero una vez más, es lógico.

La documentación de la novela es fantástica. Cada escena, cada escenario y cada momento están basados en hechos reales. Que no copiados de la realidad, claro está. Pero es que un escritor es un creador, ha de coger el material de base y crear con él. Por eso, uno ha de aceptar que todos los episodios que nos comenta Cosnava se den en un periodo tan corto de tiempo, porque es la licencia creativa de quien sabe que seguramente hubieran muchos episodios similares que no fueron documentados, y que estuvieron ocurriendo de una forma más o menos simultánea. Por eso, no puede detenerse de forma morbosa en cada dentellada y cada momento truculento (que es lo que me hubiera gustado), porque a partir del tercer episodio, el lector se hubiera cansado y hubiera producido un efecto de tolerancia y hartura.

También por ello, decide que el formato road movie de la clásica película de zombies es el más adecuado para que nuestros personajes vehiculen nuestra imaginación a cada uno de los rincones de Leningrado, para conocer a través de ellos los horrores que vivió la ciudad.

Son decisiones lógicas para con el objetivo de la novela, me parecen bien resueltas, no terminan de agradarme en cuanto a estilo por mis gustos personales pero es el estilo que él ha escogido y está muy bien escogido.

Por otro lado, añade una grandísima subtrama de la que da todos los elementos para que el final no suene a “sorpresa porque sí”, sino que construido el puzzle, la imagen completa es lógica y hasta da para enmarcarlo y decorar el despacho.


Los personajes son simpáticos, siendo Catarina, la protagonista de la historia y narradora del relato, la mejor construida sin duda alguna. Para mí, los demás personajes que aparecen (el sargento Kubatkin, Dimitri, Tania o Anatoli) no son más que comparsas para que ésta interactúe. Tania, quizás, sea el más desdibujado. Pero nunca es fácil escribir niños de según qué edades y sobre todo en qué circunstancias. Digamos que, excepto algún momento, no chirría apenas nada, lo que es ya mucho más que el famoso “Niño del Pijama de Rayas” que mejor ni nombro, mejor ni nombro.

Además, al ser uno de los personajes de origen real, tampoco Cosnava tenía demasiadas posibilidades para construirlo sin traicionar la documentación.


Toda la novela viene ilustrada por fotografías de la época, que ilustran de manera excelente cada una de las escenas contadas. Y al final encontraremos un apéndice en el que se nos detalla todo aquello que en la novela se insinúa, y por si fuera poco se nos aclara qué es real y qué es ficción.


Y si bien en alguna ocasión la novela parece un “tren de la bruja” entre una escena real y otra, esa impresión sólo ocurre en muy pocos momentos. Lo cual, teniendo en cuenta que en realidad es un “tren de la bruja” en la que la historia de huida de nuestros protagonistas ejerce de excusa perfecta para mostrarnos Leningrado y sus escenas más horrendas, el que se note tan poco es otro acierto del autor.


En definitiva, una demostración perfecta de que el género Z no es que esté muerto o escaso de ideas, es que la gente se atreve poco a innovar. Un trabajo de documentación magnífico. Una novela de lo más entretenida. Un final excelente (me encanta la última escena).

Cosnava partía de un reto difícil y, en mi opinión, lo ha pasado con notable.



Buenas noches, que os dejen comer, y os dejen dormir sin ser comidos...