lunes, 5 de enero de 2015

ARTE



Arte es una palabra de lo más pretenciosa. Vamos, que para poder usarla como título de esta entrada de mi blog he tenido que ponerme las gafas de pasta y hacer una tirada de carisma.

Claro que no se puede comenzar a hablar de Arte sin que salga a relucir la cuestión principal: qué es Arte.
La pregunta sigue ahí y, lo más grave de todo, seguimos queriendo responderla. No nos quedamos satisfechos con las respuestas que han dado otros y mucho menos con la no-respuesta más obvia.

En cuanto a mí, a mí siempre me había valido la idea de que « Arte » era un medio de transmitir emociones entre personas. No de informar sobre emociones, pues para eso el medio es el lenguaje corporal o no corporal. Con mis palabras o con mis gestos puedo demostrar al mundo que estoy triste, alegre o hasta los mismísmos. Pero esa sensación no tiene por qué transmitirse a la gente que me rodea simplemente porque yo les informe. Ver llorar a alguien no nos suele hacer llorar. Nos conmueve, sí, nos mueve a ayudarle. Pero para que el llanto de otro nos haga llorar a nosotros ha de existir un vínculo previo, una empatía que nace de experiencias comunes. Puedo llorar si veo a mi mujer o a mi madre llorando, pero si encuentro una desconocida por la calle llorando, evidentemente no me va a « contagiar » su tristeza.

En cambio el artista, ese hijo de la gran p…, nos hace llorar viendo o leyendo o escuchando cómo llora alguien que ni siquiera existe. No hay vínculo familiar. No hay vínculo en absoluto. Es una empatía artificial generada por el artista que hace de puente entre la obra y el espectador y le permite sentir cosas que el artista ha planificado que sienta.

Así pues, para mí el Arte era aquello que permitiera a una persona transmitir emociones a otras, hacerles sentir como él quería que se sintieran.

Esa era la definición que me funcionaba… hasta que me dejó de funcionar. Y lo hizo con La fuente de Duchamp. No con Cuadrado negro de Malévich, eso es un posavasos sobrevalorado.

La razón de que La fuente me cambiara ese esquema es que cuando la he visto no me ha producido reacción emocional alguna. Entendámonos, no soy el hombre más sensible del mundo ni mucho menos, pero disfruto la pintura y la escultura, tengo cuadros fetiche y autores fetiche. Hay obras en los museos que no me dicen nada, y le tengo una aversión particular a las naturalezas muertas. Pero siempre hay alguna chispa, un algo, que con La fuente no me pasa. Con Cuadrado negro tampoco. Ni con nada de Pollock.




Entonces, o soy un androide sin corazón ni emociones que pasa por la vida con un software de imitación de sentimientos, o los críticos de Arte son todos imbéciles y son incapaces de entender las cosas del modo correcto (osea, el mío), o a mi definición le fallaba algo.

Tras considerar seriamente las dos primeras posibilidades, que explicarían muchas cosas (como Daniel Hirst o el hecho de que fallo siempre los Captcha), tuve que llegar a la conclusión de que me equivocaba. 

Y el fallo es sencillo (tonto que soy). Le faltaba el contexto histórico. Hay obras que son Arte no sólo porque produzcan una emoción en el espectador porque el autor lo ha querido, sino también porque en el contexto en el que son hechas dan una información, ejercen de mensaje y, dentro de esa función, acaban siendo transmisoras de emociones. Simplemente que esas emociones dejarán de estar vigentes cuando el contexto en el que tenían sentido desaparezcan.

No es menos emoción la ira porque desaparezca al irse ese maldito gilipollas de tu vista.

Tras toda esta convulsión interna, y sin gustarme absolutamente nada Cuadrado negro o La fuente por mucho que pueda comprenderlas, acabé llegando a la conclusión de que no iba a llegar a ninguna conclusión. Así que me dejé llevar por un mundo de fantasía en el que el Arte no tiene definición y los campos están llenos de flores y George R R Martin ha sacado ya Vientos de invierno.

Hace poco (bueno, hace ya varios meses), en casa de mis padres, el debate sobre esta pregunta volvió a salir a la luz. Y como de costumbre dio para una buena discusión pero para ninguna conclusión clara. Se sacaron a la luz varias definiciones académicas (no fui yo quien las sacó), y se redundó sobre la línea que separa el Arte de la pretenciosidad vacía.

Fue entonces cuando revisioné La celda, de Tarsem Singh, que en su momento me había parecido una obra sin chicha ni limoná. Puede que la (omni)presencia de la …ejem…actriz Jennifer López no ayudase mucho a valorarla, y que el tema de asesinos en serie esté ya un poco repetido. Pero al igual que le pasa a Inmortals (o los X Men del Olimpo), del mismo director, lo mejor de estas películas no es el guión, la trama o las actuaciones. Es la fotografía. Tarsem hace unos recorridos estéticos de la leche en cada una de sus películas. Lástima que no sepa distinguir un buen guión de un canto rodado (con excepción de la maravillosa The Fall). Pero su capacidad de esteta y de transmisor de emociones no tiene ninguna duda. 

Es más, llega incluso a dotar de sentido una de las obras más absurdas de Daniel Hirst, La carnicería de mi barrio se pone Hipst… no, perdón, Mother and child, convirtiéndola en una de las escenas más recordadas de la película.

Y unos meses más tarde, cuando el tema ya se había dormido, voy y me encuentro con este vídeo de Dayo :


Dayo es lo que se llama hoy día un youtuber de esos. Yo, yo no tengo tiempo de ponerme a editar vídeos, la verdad. Y si lo tuviera, a lo mejor termino la p… novela que tengo en marcha desde 2003 y hago algo por mi futuro literario. Pero los youtubers al parecer sí que sacan tiempo para hacer vídeos como éste.

Y la verdad es que el vídeo está cojonudo. Es una reflexión lúcida y muy bien explicada, que no se queda en una demanda vacía de reconocimiento como Arte de los videojuegos, sino que además analiza por qué el sector necesita este reconocimiento.

Digamos que esa misma reflexión se repite en la práctica totalidad de sus críticas. Pero en esta opinión lo deja más claro.

A mí me gustan los videojuegos. Pertenezco a una generación donde el videojuego estaba integrado como una parte más del arsenal lúdico y donde ya había muchos de los problemas del sector actual : guerra de consolas (Snes vs Megadrive, de toda la vida), venta de juegos incompletos (porque si no, a ver qué es Sonic 3), intentos de sacar el dinero al jugador de las maneras más peregrinas (Sega MegaCD…kof kof). Diréis que no se pueden comparar a los problemas de ahora, y es verdad, pero porque han pasado casi 20 jodidos años. Esos problemas han evolucionado.

Por otro lado, no soy un Softófilo o un Gamer o como quieras llamarlo. Soy lo que los Gamers llaman casual, que no dedica demasiado tiempo al ocio electrónico. Alrededor de una sesión de una hora o dos horas cada dos meses en mi caso.
Y ni se me ocurriría meterme a jugar on-line, por Dios de mi vida, virgencita líbrame de los niños ratas.

Pero esta reflexión de Dayo sobre lo que es Arte y si los videojuegos son Arte nos trae de nuevo a la misma cuestión terminológica con la que habíamos empezado. Ya van aceptando que los cómics son el noveno arte y el videojuego está buscando alcanzar la denominación de décimo arte. Por no hablar del riesgo de que en un futuro no muy lejano nos hagamos estas mismas preguntas con respecto a conversaciones de twiter o facebook.
Aunque antes de eso, el puesto undécimo se lo disputarán la cocina y los arreglos florares, mientras la fabricación de artículos de broma esperará pacientemente a que esté libre el puesto trece.

Como si fueran Pokémon, por no salirnos del contexto.

No creo que sea lógico numerar las artes como si fueran ingredientes de una receta de cocina, porque esa tendencia clasificadora tan propia del ser humano acaba encorsetando las definiciones.

Digamos que no nos gusta lo abstracto. No todo lo que debería gustarnos. La abstracción es una herramienta de cojones que tiene el cerebro humano (casi) en exclusiva y que le permite anticipar acciones o reacciones que no han ocurrido, buscar soluciones múltiples a problemas que aún no se han presentado y que en su forma más pura produce Arte (toma ahí, otra definición que me saco de la manga, si es que estoy sembrao…). Peeeero por otro lado está llena de incertidumbre, ese pozo sin fondo que nos hace cosquillas en el cerebro reptiliano y nos hace querer volver al calor de la madriguera.
Por lo tanto definimos, ponemos límites y barreras… incluso a lo que no debemos limitar.

Volviendo al vídeo, estoy casi de acuerdo con todo lo que dice, excepto por un detalle. Yo no considero que TODO el cine sea Arte, igual que no considero que TODA la pintura es Arte, que TODOS los libros son Arte o que TODA la poesía es Arte.

Para ser Arte hay que currárselo. Pero de verdad. No hablamos ya aquí de una cuestión de virtuosismo, que por supuesto tiene relevancia, ni de belleza por supuesto.



Porque la belleza no es requisito para ser Arte. Saturno devorando a sus hijos de Goya es un cuadro impresionante en técnica y en mensaje. Es una obra maestra que no me canso nunca de ver. Sin duda es Arte. Ahora, lo que es bonito, bonito no es. No.

Entonces, si no es virtuosismo ni es belleza, ¿por qué cojones Ciudadano Kane es Arte y Critters 3 no?
Por el mismo motivo que La montaña mágica de Thomas Mann lo es y Los espantapájaros caminan a medianoche de R L Stine no. O la Casta Diva de la ópera Norma de Bellini y Romani lo es y Toma mucha fruta de Bom Bom Chip no.

Hay una búsqueda de la excelencia en el medio, de la transmisión de una emoción específica que ha de llegar al receptor de manera sutil. Como si el autor descubriera de repente en las notas, las imágenes o las palabras un nuevo idioma universabilizable que se salte las barreras de la comunicación clásica y apele al verdadero corazón de la audiencia.

Quizás vayan por ahí los tiros. Del corazón de las obras. Del alma.

Hace falta para llegar a hacer Arte infundir de una vida nueva a la obra, de darle una personalidad, un carácter y un espíritu que les transmute de una obra humana a una obra de Arte. Eso permitirá al receptor ser uno con las emociones de la obra, empatizar con ella hasta tal punto que el vínculo se forme de manera irremediable y espontánea y acabe por transmitir toda su energía emocional.






Y entonces no podemos clasificar las Artes. Hablamos de Arte sin importar por qué medio nos llegue.
La escena del pasillo de El resplandor en la que Dani recorre el hotel en su triciclo hasta encontrarse con las gemelas, eso es Arte.
Esas palabras últimas con las que nos despide Gabriel García Márquez de los habitantes de Macondo, son Arte.
La sensación de grandiosidad y poder que nos invade al escuchar la Cabalgata de las Valkirias, eso es Arte
¿Cómo no va a ser entonces Arte un pastel hecho con amor y cariño que en su sabor y textura nos haga sentir reconfortados?
¿Por qué no va a serlo una serie de televisión tan intensa y bien llevada como True Detective? Y no podemos esgrimir en contra de esto su carácter episódico porque entonces no podríamos llamar Arte a Los tres mosqueteros ni a Anna Karenina.
¿Acaso no tiene profundidad, virtuosismo y corazón suficiente Maus, de Spiegelman?

Entonces, el sentimiento de vacío triste y hueco que queda al final de Klonoa o la frustración de la venganza y el dolor por la decadencia de una época pasada de Legancy of Kain: Soul Reaver o el viaje a través de la pérdida que supone Zelda: Majora’s Mask, ¿tienen menos de Arte? Y eso sin recurrir a la escena indie que nos está dando cada vez más títulos experimentales que exploran las capacidades de lo interactivo, como Letter to Esther o Journey.



Ese es otro argumento, si los artistas de profesión buscan hoy día la interactividad del espectador y que su reacción sea parte de la obra (si no, sólo hay que ver las performances de Marina Abramovich), ¿cómo la interactividad inherente a un medio va a restarle valor como obra de Arte?

He empezado esta parrafada sin querer llegar a ningún sitio y sin esperanzas de hacerlo, pero al final sí que me ha servido a mí para encontrar una nueva respuesta a la definición de Arte. Una que me valdrá un rato más, espero.

Lo que quiero decir es que no tengo una definición de qué es Arte y qué no lo es, pero lo que sí que pienso es que no podemos asociar la capacidad artística de una obra con el medio en el que se produce. Digamos que es la obra, el producto, lo que debe valorarse como potencial Arte, independientemente del medio en el que se produzca. Al menos de ese modo, en el debate eterno entre qué es Arte y qué no, nos ahorraremos una buena parte de las discusiones más vacías.

Y tendremos los sentidos atentos a descubrir Arte en lo esperado y en lo inesperado, a dejarnos seducir por emociones que de otro modo no podríamos sentir. Que es en definitiva la esencia del Arte: el sentimiento.