Ya en la
adolescencia, el tipo de apodos que le dedicaban las otras princesas cambió.
Aprovechando que ya la llamaban Princesa Hamburguesa, comenzaron a insultarla
usando una palabra que tiene que ver con los panecillos y que no escribiré por
respeto a mis lectores más jóvenes. Digamos que usaban una palabra muy fea para
insultarla y que era una estupidez por dos razones sencillas.
La primera, porque no es lógico
insultar a alguien solamente porque prefiera salir con chicos o con chicas (y
luego besar a esos chicos o chicas y más adelante, si todo sale bien, y de
verdad es quien creía que era y cumple las expectativas y merece la pena, a lo
mejor empezar a vivir junto a ese chico o chica, y no, abuela, todavía no hay
fecha para la boda). Y el que usaran una palabra fea para definir esa elección
sólo demuestra que las princesas eran un poco bastante tontas.
La segunda, porque tampoco era
cierto que a la Princesa Hamburguesa no le gustaran los chicos. Aunque lo que
fuera verdad o no, no les importaba mucho a las otras princesas, como ya ha
quedado claro.
El
problema con la Princesa Hamburguesa no era que no le gustaran los chicos, es
que no le gustaban los mismos chicos que a las otras princesas. Porque las
otras princesas leían compulsivamente la “Príncipes Teen” y la “Magia a los 16”
y alguna se atrevía con revistas para reinas como la “Vanity Fairy”. Y en todas
ellas aparecían príncipes guapos posando sin camiseta y haciendo entrevistas
muy profundas sobre el sabor de helado que preferían y qué consideraban que era
la cita perfecta.
Aquello aburría mortalmente a la
Princesa Hamburguesa, que aunque pensaba que los príncipes eran guapos y todo
eso, no le decía nada el ver sus fotos en la revista y le importaba bien poco
el sabor preferido de helado.
De hecho, sobre ese tema en
particular, opinaba que elegir un solo sabor de helado era una tontería y
reflejaba una simpleza y una falta de implicación para con los helados en
particular y para con los productos lácteos en general.
Por
supuesto, aún más excluida de los intereses de las otras princesas, la Princesa
Hamburguesa se decidió refugiar en placeres solitarios, como la lectura y el
cine del manifiesto Dogma, que llegaba al Mundo de los Cuentos de Hadas a
través de un hechizo un tanto ambiguo soltado por un aprendiz de mago.
Tampoco entendía mucho del cine
del manifiesto Dogma porque no llegaba subtitulado ni a alto élfico ni a lengua
común, sino que llegaba tal cual en los idiomas del Mundo Real. Pero le
fascinaba lo normal que era todo, la falta de fanfarrias y de finales felices.
La escala tan cercana y humana que tenía todo.
Nada
de eso podía explicárselo a las otras princesas, que pensaban que una escala
era eso que usaban los príncipes para rescatarlas de las torres y que el mundo
sin fanfarrias no merecía ser vivido.
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