jueves, 14 de julio de 2016

La Muerte y la Empatía

Hace ya mucho tiempo que colgué una artículo en el que hablaba largo y tendido sobre el maltrato animal y las implicaciones morales de nuestra relación con los animales.

Quien quiera leerlo, aquí tiene el enlace.

Con este artículo quiero profundizar aún más en este tema, evidentemente a raíz de un suceso conocido reciente.

El toreo

Si habéis leído el artículo de Maltrato Animal, habréis comprendido que yo no estoy a favor del toreo. De hecho estoy en contra del toreo como base y estaría de acuerdo con el fin de esta práctica.

Pero ante esta verdad, quiero dejar ver matices que son fundamentales.

El que esté en contra del toreo, pues considero que la tortura de un animal con fines lúdicos está fuera de toda lógica, y el que no me produzca ninguna atracción ni como espectáculo, ni como forma de vida, ni como entretenimiento, no entra en conflicto con el hecho de que comprendo y respeto a aquellos a los que sí le gusta.

Puede parecer incoherente que comprenda a aquellos a favor de una práctica con la que estoy en contra. Pero es que la base de una discusión es sentarse uno frente al otro, intentar comprender al otro y, una vez comprendes los motivos del otro, empezar a hablar. Y no antes.

¿Qué es lo que comprendo de los amantes del toreo?
Comprendo su apreciación de una estética y de un ritual, de una danza entre el animal y la persona. Una danza macabra que terminará en la muerte de uno de los dos (al menos), en la que dos fuerzas desiguales se miden.
El toro cuenta con la fuerza y está armado con sus cuernos, sus pezuñas y su velocidad. El hombre lo compensa con el ataque en grupo, con la desorientación y con la técnica.

En este punto creo necesario recordar que yo no lo aprecio y me parece una tortura con fines lúdicos.
Pero ese razonamiento no invalida que ese combate se realiza en las condiciones que he nombrado. Condiciones que parecen imitar de forma atávica los requisitos para cazar un toro salvaje en una época anterior.

La violencia atávica

La ritualización de un recuerdo atávico tiene poder. Un poder impresionante. Y cada espectador de ese rito se ve imbuido por ese poder, arrastrado por él, conectado por él.
Puedo comprender eso y a la vez estar en contra.

Porque cuando yo veo dos personajes de una película, de una serie, de un libro, intercambiar espadazos de forma salvaje hasta que uno acaba derramando su sangre, siento parte de esa fuerza. 
Cuando el personaje que manejo en un videojuego salta sobre el enemigo y clava sus armas en él, o aplasta su cabeza, o usa un lanzallamas para destruir todo lo que le rodea, siento esa fuerza.
La violencia que seguimos teniendo dentro.

Seguimos queriendo ser espectadores del espectáculo de gladiadores.

Pero no es lo mismo. Estás hablando de obras de ficción. No es comparable con el sufrimiento de un ser vivo real.

Precisamente eso nos lleva a una cuestión. Todos, en mayor o menor medida, tenemos ese gusto por la violencia. Ese morbo por la violencia.
No separamos los ojos de la pantalla cuando el personaje X abre la cabeza de Y con sus manos desnudas.
Pero como es ficción está bien.

Es, en cierto modo, hipócrita y a la vez sano.

Porque seguimos bebiendo de esa violencia, seguimos deseando ver esa sangre derramada. Simplemente la revestimos con una pátina de seguridad y confort, un "en realidad todo es ficción" que nos hace perdonarnos a nosotros mismos por estar viéndola.

"En realidad no soy tan malo por haber disfrutado que el personaje X sea devorado vivo por los perros porque sé que es un actor y por lo tanto no soy un psicópata".

Cosa que me parece genial, por cierto. Me siento muy bien de saber que la mayoría de nosotros somos hipócritas que disfrutan una violencia artificial pero serían incapaces de una violencia real.
Incluyéndome.

Gracias a todos por ser tan hipócritas como yo en ese sentido.

Porque yo sí que he visto los resultados reales de la violencia (accidental o intencional). Mi trabajo es reparar esos resultados, disminuir las consecuencias.
Os puedo decir que no queréis que esa violencia sea real.

Pero si entendéis ese gusto por la violencia, si os despojáis de vuestra pátina hipócrita de "como es una serie todo está bien", entenderéis parte de la belleza que pueden ver otros en el toreo.
Sin tener que verla vosotros.

Eso se llama empatizar.

La alternativa

No voy a hablar en este epígrafe de alternativas artificiales al toreo porque me parece que, aunque posibles técnicamente, la sociedad no ha avanzado lo suficiente como para que se produzca esa sustitución de forma natural.

En cambio sí os voy a hacer una pregunta: ¿qué alternativas les daréis a las familias que viven del toreo cuando este se prohíba?

Porque se prohibirá. Estoy seguro. Afortunadamente, tarde o temprano será prohibido. Y lo siento por los fanáticos, de verdad que lo siento, os comprendo bien. Pero sigue siendo torturar a un animal con fines lúdicos y eso debe terminarse.

Pero nadie, nadie, ha propuesto una alternativa a esas familias que viven de eso. Es un cambio en su existencia tan brusco que es casi una condena a muerte para muchos de ellos.
Gente que no es intrínsecamente malvada, hay que darse cuenta de ello. Familias que durante generaciones han criado animales y, atención a esto, los miman y cuidan y tratan con una dedicación y un cariño ejemplares.
(Para que luego sean sacrificados entre dolor, sí, lo sé)
No podemos dejar a esas familias desamparadas. No podemos afectar de una forma tan drástica a la economía de un porcentaje de la población sin darle una alternativa.

Por cierto, que soy de los que están a favor de haber transformado la plaza de toros de Barcelona en un centro comercial.
Pero en contra de la arquitectura interna del mismo, que es fea hasta decir "basta, por favor, confesaré el asesinato de JFK si hace falta pero quitad eso de mi vista".

La muerte

Pero claro, de lo que quería hablar (y de lo que queríais leer) era sobre el torero que murió.

Os podéis imaginar lo que os voy a decir, teniendo en cuenta lo que ya he dicho. Pero vamos allá.

Ninguna muerte es motivo de alegría.

Esa frase es preciosa. Y no es del todo cierta. Desgraciadamente.

Hay circunstancias por las que una persona, a título individual, puede alegrarse de la muerte de un semejante y yo podría comprenderlo y respetarlo.

Pero toda muerte, y esto sí es cierto, es más que una muerte. Es robarle a una persona el futuro, y con él la posibilidad de dejar un mundo mejor al que encontró.
Esa potencialidad existe en cada uno de nosotros. Debería ser nuestro objetivo diario y aunque no lo sea, sigue siendo nuestro único don y a la vez mayor responsabilidad como especie.
El ser capaz de modificar el mundo entero para hacerlo mejor.

Podemos discutir sobre qué mundo es mejor, quién puede tomar esa decisión y qué mundos no queremos dejar atrás. Pero no ahora que estamos con otro tema.

La muerte, inevitable e irreversible, nos quita esa posibilidad. Al bondadoso, de seguir dando bondad; y al malvado, de redención.

Un muchacho ha muerto, y eso de base ya es una tragedia, sin importar su contexto.

¿Y si hubiera sido un terrorista, qué?

Hubiera sido una tragedia. Una tragedia que un muchacho acabase en las redes de una organización de asesinos y malvados, que acabase convencido de que estaba haciendo un mundo mejor a través de esos actos terribles, y una tragedia el que perdiese la oportunidad de arrepentirse e intentar reparar el daño causado.

Pero no era un terrorista.

Sabía a lo que se exponía.

Claro que sí. Como un deportista de riesgo, un alpinista, un bombero o un soldado. Como un niñato haciéndose un selfie desde una azotea o un turista lanzándose a una piscina desde un balcón.
Sin importar la causa, muchas personas se exponen a una situación de riesgo todos los días siendo conscientes del riesgo.
El ser consciente del riesgo y aún así exponerse a él, por una razón u otra (sensación del deber, placer de la adrenalina, deseos de triunfo o presión social) no invalida que sea una tragedia cuando ese riesgo se convierte en una realidad irreversible.

Y era valiente.
Podemos discutir si era un héroe o no. No para mí, porque para mí un héroe debe mostrar su valentía en un acto bondadoso por y para mejorar la vida de sus semejantes.
Pero para los griegos antiguos, un héroe era una persona que se pasa diez años beneficiándose a una semidiosa mientras su mujer soporta estoica el acoso de decenas de pretendientes. El concepto de héroe depende de la sociedad, y dentro de la misma sociedad, de muchos factores.
Yo no lo consideraría un héroe, pero tampoco critico a los que sí.
Y era valiente. Porque a pesar de que el animal estuviera herido, estuviera torturado y, seamos sinceros, las condiciones fueran lo más seguras posibles, sigue siendo una masa de músculo de quinientos quilos con dos cuernos afilados en frente.
Tener valentía no significa saber usarla bien. Yo hubiera preferido que este muchacho hubiera usado su valentía apagando incendios o descendiendo por terraplenes para rescatar heridos de accidentes de tráfico. Mi valoración moral de este muchacho sería mejor, lo consideraría valiente y un héroe.
No fue así. Ahora nunca podrá ser así, porque ha muerto.

Empatía

No voy a decir que siento la muerte de este muchacho. Sería mentira.

Pero simplemente porque no lo conocía, es un desconocido que ha fallecido, como tantos miles cada día. Algunos en circunstancias más trágicas, algunos en circunstancias reprobables, algunos por mero azar.
No puedo sentir cada muerte que ocurre. Es parte de la vida.

No voy a decir que me alegro de la muerte de este muchacho. Sería horrible.
Su actividad era contraria a mi parecer. Sus ideales en ese sentido serían los opuestos a los míos. Puedo apostar sin temor a equivocarme que, de haberle conocido, no nos hubiéramos caído precisamente bien el uno al otro.
Nada de eso es motivo de alegría para mí.

Yo me alegraría de que el toreo fuera prohibido, de que las familias que viven de él encuentren otra actividad para ganarse la vida y las plazas de toros se conviertan en otra cosa (teatros, centros culturales, cines en 3D, mercados). Me alegraría aún sintiéndolo por los fans del toreo.

Pero no de la muerte de un torero.

Simplemente porque una muerte es trágica.

Y si no os es suficiente, por respeto a la gente que lo quería y lo amaba, que lo ha perdido y ya no podrá recuperarlo.

Conclusiones

Todos creemos y queremos tener razón. Yo el primero.
Puede que me equivoque, pero apostaría que tengo razón en esto.

Puede que en el futuro me equivoque y me alegre de la muerte de alguien. Espero que no, porque eso significaría que he cambiado demasiado o que esa persona me ha hecho un mal a mí demasiado grave como para querer hablar de ello.

Por ahora, mi verdad es esta. Ha habido una muerte. Es una tragedia. Empaticemos con la familia, empaticemos con el muchacho.
Luchemos por abolir todo tipo de conducta aberrante, como la tortura de un animal.
Pero no nos alegremos de una muerte, de un fin, de un robo al futuro. 

De la pérdida de una oportunidad para siempre.

Que os dejen dormir.

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