viernes, 6 de marzo de 2015

La Princesa Hamburguesa (1)





La Princesa Hamburguesa no era la muchacha más hermosa del Reino, ni falta que le hacía, pensaba ella. Tampoco era la mujer más inteligente. Puede que sí fuera la princesa más inteligente, o al menos la más sensata, pero ella se comparaba con Marie Curie y se daba cuenta de que le quedaba mucho camino para ser la mujer más inteligente.

                Era una muchacha normal que, por casualidades del Mundo de los Cuentos de Hadas (que tienen una serie de reglas propias particulares), resultaba ser princesa.



Princesa Hamburguesa no era su nombre, evidentemente. Era el apodo que le habían puesto las otras princesas en la Escuela de Princesas. No porque estuviera hecha de carne picada, porque estaba hecha de carne normal como todo el mundo; ni porque comiese muchas hamburguesas, que en realidad no le gustaban demasiado.

                La cuestión es que una de las otras princesas había descubierto que entre los orígenes de la Princesa Hamburguesa había una rama que provenía de Hamburgo, y de ahí a descubrir lo gracioso de la rima y las posibilidades del apodo no hubo mucho esfuerzo.



Era difícil para la Princesa Hamburguesa entender por qué las otras princesas encontraban tan divertido insultarla y llamarla así. Ella no era particularmente buena en los estudios, pero tampoco particularmente mala. No era más bonita que la Princesa Hermosa ni tenía más estilo que la Princesa Elegante, lo que le hacía pensar que no era una cuestión de envidia, como le decía su madre. No hablaba mal de sus compañeras a los profesores, ni pedía que adelantaran exámenes, ni decía que ella tenía los deberes hechos cuando las otras princesas aseguraban por las barbas de Merlín que la profesora no había mandado ningún ejercicio.

                No era tanto algo que ella hiciera, era algo que ella no hacía y que ponía de los nervios a las otras princesas, aunque no se dieran cuenta de ello. Y es que las princesas necesitan que les halaguen constantemente. En algunos reinos, la figura del Halagador de la Princesa tiene tanta importancia y privilegios como la del Mago Real y la del Probador de Venenos, que ya es decir. Y no es un trabajo fácil, porque las princesas son de natural caprichoso y lo que hoy puede ser el mejor halago de la historia mañana está tan pasado de moda que es un insulto.

                Y recordemos, un insulto a una princesa es un crimen de Estado y se condena con la muerte por decapitación.

                Como ya he dicho, las reglas del Mundo de los Cuentos de Hadas son muy particulares.



La Princesa Hamburguesa, por el contrario, tenía un defecto terrible: era incapaz de mentir. O al menos de mentir bien. Así que si la Princesa Hermosa llegaba con un nuevo peinado que era exactamente igual que el del día anterior pero unas mil monedas de oro más caras, la Princesa Hamburguesa no le decía que estaba más hermosa que nunca, cosa que sí le decían las otras princesas.

Por supuesto, la Princesa Hermosa necesitaba que le dijeran que estaba más hermosa que nunca con el nuevo peinado, porque le había costado mil monedas de oro más de lo habitual y su padre, el rey, había puesto mala cara por tener que desviar una parte de los fondos destinados a mejorar las carreteras hacia el peluquero real de esa semana. Tenía que estar segura de que había una justificación real para su insistencia y para el hecho de que la mitad de sus súbditos se siguieran partiendo la crisma de camino al mercado.

Pero cuando le preguntaba a la Princesa Hamburguesa si le gustaba su nuevo peinado, en lugar de decir “estás más hermosa que nunca”, le decía “te queda bien, es muy de tu estilo”. Que era lo más cercano a mentir que podía hacer.
Poco a poco las otras princesas excluían a la Princesa Hamburguesa, que cada vez se sentía más cómoda con su apodo, ya fuera porque era sonoro y rimaba, porque le recordaba parte de su origen y eso siempre hace sentir bien (aunque no estuviera muy segura de dónde poner “Hamburgo” en el mapa, la verdad) o por simple costumbre.

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