El horror ha sido
siempre considerado un género menor, y sus obras, sub-productos no merecedores
de la atención del público especializado. Ha sido el tiempo el que ha ayudado a
que grandes escritores, como Mary Shelly, Bram Stoker o Edgar Allan Poe, ocuparan
su justo lugar en el imaginario popular, por un lado, y en la historia de la
literatura, por otro.
A pesar de haber
visto ese efecto, la literatura sigue siendo reticente a aceptar en su seno a
este género, e incluso los grandes escritores de terror de hoy día, Clive
Barker, Stephen King, siguen sin ser considerados gran literatura en según qué
círculos.
Esta ceguera
impide no sólo reconocer el talento literario, sino también la gran ventaja que
tiene el terror sobre otros géneros (drama, romántica o histórica): la
permisividad de hablar de ciertos temas que, en otros foros, no se pueden
apenas nombrar.
Ya lo he dicho en
mis reseñas de Candyman vs Pesadilla en Elm Street y de Maggie, y si alguien
tiene mucho interés en esta opinión, allí podrá encontrar una buena cantidad de
texto al respecto.
Hoy he venido a
hablar de Zombies de Leningrado, de Javier Cosnava, y por lo tanto he de volver
a sacar el tema, pero muy poquito, que ya soy repetitivo por defecto. Cosnava
usa el terror, y en particular el subgénero zombie, para hablarnos de una
tragedia real que, en otro género de novela (bélica, histórica) hubiera sido
más difícil. Viene a hablarnos de los casos reales de canibalismo que
ocurrieron durante el asedio de Leningrado. Ahí es nada.
Javier Cosnava
tiene recorrido. Es uno de los escritores con más tirón en digital y es
guionista de comics, con premios tanto en una como en otra vertiente de la
escritura. Su saga más famosa, quizás, es “El Joven Hitler”, que ya va por su
tercera entrega.
Zombies de Leningrado
es lo primero que leo de él. Se enmarca, como decía arriba, en un Leningrado en
pleno asedio nazi. Hitler había decidido que Leningrado no tenía apenas interés
para conservarlo y, en cambio, su gran cantidad de población la hacía un
perfecto ejemplo del poderío nazi. Si conseguía ahogar y destruir la ciudad,
hasta que ni la historia la recordase, el varapalo para la moral soviética
sería decisivo.
Claro que luego
veríamos que Hitler no escuchó a Vizzini: "Never get involved in a land war in Asia".
Seguiremos las
peripecias de una serie de personajes desde el punto de vista de una
adolescente en el interior de una ciudad desesperada, sitiada, acosada por los
bombardeos y presa del hambre. Tanto, que algunas gentes han cedido al canibalismo,
los más de una forma tórpida y carroñera, simplemente desgarrando y devorando
todo cuerpo, muerto o indefenso, que tuviera la mala fortuna de caer en su
radio de acción; los menos de forma violenta, cazando personas e incluso
iniciando verdaderos mercados de carne humana.
Para contar esta
historia, Cosnava decide voluntariamente vestirla con el formato de una
narración del subgénero Z. La razón parece evidente, y es que las pobres
criaturas que acabo de describir son, en realidad, lo más cercano a los zombies
que podemos ver en el género hoy día, una vez les eliminamos el elemento
fantástico.
Por supuesto, los
zombies que recorren la ciudad de Leningrado no son contagiosos. Pero sí que es
contagiosa (fue contagiosa) la tendencia hacia el canibalismo, pues es un
comportamiento de supervivencia que muchos acabarían imitando.
Con la intención de poder usar
ciertas licencias estilísticas propias del género, incluido usar la palabra
zombie de vez en cuando para denominar a estos desdichados, Cosnava utiliza un
recurso muy inteligente que marcará el ritmo del relato y de la narración: el
narrador no nos habla a nosotros la mayor parte del tiempo, sino que es una
mujer anciana la que narrará esa historia a su nieto adolescente, fan, cómo no,
de la Z-manía. Esto permite que las licencias de Cosnava no chirríen, y que
todo el relato tenga un aire más ligero y dinámico que si lo hubiera abordado
desde otra perspectiva.
Por otro lado,
sabe hacer que la historia paralela de la abuela y el nieto, visitando los
lugares de niñez de ésta, tenga no ya sólo un peso fundamental en la historia
principal, sino además interés por sí misma.
En seguida iremos
con más detalles, pero por hablar en general del libro, me ha gustado, me ha
tenido enganchado hasta que lo he terminado (sobre todo el último cuarto) y lo
he disfrutado mucho. Por otro lado, el estilo del libro no es mi favorito,
precisamente. Quizás demasiado ligero y dinámico para lo que me suele gustar a
mí. Pero, siendo sincero, he de decir que esto es un punto positivo. Porque si
en otros escritores no he sabido soportar ese estilo, Cosnava ha conseguido que
disfrute de la historia y que ese gusto personal no entorpezca apenas ese
disfrute.
Ahora, como no
soy un estudioso de literatura, sólo un señor que de vez en cuando aporrea teclados
y que lee todo lo que puede, es posible que mucho de lo que diga del estilo de
Cosnava no sea académico ni use los términos correctos.
Pero este es mi
blog y lo escribo como quiera, porque para los cuatro gatos que se pasean por
aquí, tampoco estoy yo para ponerme pedagógico.
Digamos que
Cosnava utiliza una cantidad más que respetable de recursos narrativos en sus
descripciones, y he de decir que muchas de ellas me han llegado. Por otro lado,
muchas de las escenas pasan demasiado rápido por la novela a mi gusto. Pero una
vez más, es lógico.
La documentación
de la novela es fantástica. Cada escena, cada escenario y cada momento están
basados en hechos reales. Que no copiados de la realidad, claro está. Pero es
que un escritor es un creador, ha de coger el material de base y crear con él.
Por eso, uno ha de aceptar que todos los episodios que nos comenta Cosnava se
den en un periodo tan corto de tiempo, porque es la licencia creativa de quien
sabe que seguramente hubieran muchos episodios similares que no fueron
documentados, y que estuvieron ocurriendo de una forma más o menos simultánea.
Por eso, no puede detenerse de forma morbosa en cada dentellada y cada momento
truculento (que es lo que me hubiera gustado), porque a partir del tercer
episodio, el lector se hubiera cansado y hubiera producido un efecto de
tolerancia y hartura.
También por ello,
decide que el formato road movie de
la clásica película de zombies es el más adecuado para que nuestros personajes
vehiculen nuestra imaginación a cada uno de los rincones de Leningrado, para
conocer a través de ellos los horrores que vivió la ciudad.
Son decisiones
lógicas para con el objetivo de la novela, me parecen bien resueltas, no
terminan de agradarme en cuanto a estilo por mis gustos personales pero es el
estilo que él ha escogido y está muy bien escogido.
Por otro lado,
añade una grandísima subtrama de la que da todos los elementos para que el
final no suene a “sorpresa porque sí”, sino que construido el puzzle, la imagen
completa es lógica y hasta da para enmarcarlo y decorar el despacho.
Los personajes
son simpáticos, siendo Catarina, la protagonista de la historia y narradora del
relato, la mejor construida sin duda alguna. Para mí, los demás personajes que
aparecen (el sargento Kubatkin, Dimitri, Tania o Anatoli) no son más que
comparsas para que ésta interactúe. Tania, quizás, sea el más desdibujado. Pero
nunca es fácil escribir niños de según qué edades y sobre todo en qué
circunstancias. Digamos que, excepto algún momento, no chirría apenas nada, lo
que es ya mucho más que el famoso “Niño del Pijama de Rayas” que mejor ni
nombro, mejor ni nombro.
Además, al ser
uno de los personajes de origen real, tampoco Cosnava tenía demasiadas
posibilidades para construirlo sin traicionar la documentación.
Toda la novela
viene ilustrada por fotografías de la época, que ilustran de manera excelente
cada una de las escenas contadas. Y al final encontraremos un apéndice en el
que se nos detalla todo aquello que en la novela se insinúa, y por si fuera
poco se nos aclara qué es real y qué es ficción.
Y si bien en
alguna ocasión la novela parece un “tren de la bruja” entre una escena real y
otra, esa impresión sólo ocurre en muy pocos momentos. Lo cual, teniendo en
cuenta que en realidad es un “tren de la bruja” en la que la historia de huida
de nuestros protagonistas ejerce de excusa perfecta para mostrarnos Leningrado
y sus escenas más horrendas, el que se note tan poco es otro acierto del autor.
En definitiva,
una demostración perfecta de que el género Z no es que esté muerto o escaso de
ideas, es que la gente se atreve poco a innovar. Un trabajo de documentación
magnífico. Una novela de lo más entretenida. Un final excelente (me encanta la
última escena).
Cosnava partía de
un reto difícil y, en mi opinión, lo ha pasado con notable.
Buenas noches,
que os dejen comer, y os dejen dormir sin ser comidos...
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