Arte
es una palabra de lo más pretenciosa. Vamos, que para poder usarla como
título de esta entrada de mi blog he tenido que ponerme las gafas de pasta y
hacer una tirada de carisma.
Claro
que no se puede comenzar a hablar de Arte sin que salga a relucir la cuestión
principal: qué es Arte.
La
pregunta sigue ahí y, lo más grave de todo, seguimos queriendo responderla. No
nos quedamos satisfechos con las respuestas que han dado otros y mucho menos
con la no-respuesta más obvia.
En
cuanto a mí, a mí siempre me había valido la idea de que « Arte » era un
medio de transmitir emociones entre personas. No de informar sobre emociones, pues para eso el medio es el lenguaje
corporal o no corporal. Con mis palabras o con mis gestos puedo demostrar al
mundo que estoy triste, alegre o hasta los mismísmos. Pero esa sensación no
tiene por qué transmitirse a la gente que me rodea simplemente porque yo les
informe. Ver llorar a alguien no nos suele hacer llorar. Nos conmueve, sí, nos
mueve a ayudarle. Pero para que el llanto de otro nos haga llorar a nosotros ha
de existir un vínculo previo, una empatía que nace de experiencias comunes.
Puedo llorar si veo a mi mujer o a mi madre llorando, pero si encuentro una
desconocida por la calle llorando, evidentemente no me va a « contagiar »
su tristeza.
En cambio el artista, ese hijo de la gran p…, nos hace
llorar viendo o leyendo o escuchando cómo llora alguien que ni siquiera existe. No hay vínculo
familiar. No hay vínculo en absoluto. Es una empatía artificial generada por el
artista que hace de puente entre la obra y el espectador y le permite sentir
cosas que el artista ha planificado que sienta.
Así pues, para mí el Arte era aquello que permitiera a
una persona transmitir emociones a otras, hacerles sentir como él quería que se
sintieran.
Esa era la definición que me funcionaba… hasta que me
dejó de funcionar. Y lo hizo con La
fuente de Duchamp. No con Cuadrado
negro de Malévich, eso es un posavasos sobrevalorado.
La razón de que La
fuente me cambiara ese esquema es que cuando la he visto no me ha producido
reacción emocional alguna. Entendámonos, no soy el hombre más sensible del
mundo ni mucho menos, pero disfruto la pintura y la escultura, tengo cuadros
fetiche y autores fetiche. Hay obras en los museos que no me dicen nada, y le
tengo una aversión particular a las naturalezas muertas. Pero siempre hay
alguna chispa, un algo, que con La fuente
no me pasa. Con Cuadrado negro tampoco.
Ni con nada de Pollock.
Entonces, o soy un androide sin corazón ni emociones que
pasa por la vida con un software de imitación de sentimientos, o los críticos
de Arte son todos imbéciles y son incapaces de entender las cosas del modo
correcto (osea, el mío), o a mi definición le fallaba algo.
Tras considerar seriamente las dos primeras posibilidades,
que explicarían muchas cosas (como Daniel Hirst o el hecho de que fallo siempre
los Captcha), tuve que llegar a la
conclusión de que me equivocaba.
Y el fallo es sencillo (tonto que soy). Le
faltaba el contexto histórico. Hay obras que son Arte no sólo porque produzcan
una emoción en el espectador porque el autor lo ha querido, sino también porque
en el contexto en el que son hechas dan una información, ejercen de mensaje y,
dentro de esa función, acaban siendo transmisoras de emociones. Simplemente que
esas emociones dejarán de estar vigentes cuando el contexto en el que tenían
sentido desaparezcan.
No es menos emoción la ira porque desaparezca al irse ese
maldito gilipollas de tu vista.
Tras toda esta convulsión interna, y sin gustarme
absolutamente nada Cuadrado negro o La fuente por mucho que pueda
comprenderlas, acabé llegando a la conclusión de que no iba a llegar a ninguna
conclusión. Así que me dejé llevar por un mundo de fantasía en el que el Arte
no tiene definición y los campos están llenos de flores y George R R Martin ha
sacado ya Vientos de invierno.
Hace poco (bueno, hace ya varios meses), en casa de mis
padres, el debate sobre esta pregunta volvió a salir a la luz. Y como de
costumbre dio para una buena discusión pero para ninguna conclusión clara. Se
sacaron a la luz varias definiciones académicas (no fui yo quien las sacó), y
se redundó sobre la línea que separa el Arte de la pretenciosidad vacía.
Fue entonces cuando revisioné La celda, de Tarsem Singh, que en su momento me había parecido una
obra sin chicha ni limoná. Puede que la (omni)presencia de la …ejem…actriz
Jennifer López no ayudase mucho a valorarla, y que el tema de asesinos en serie
esté ya un poco repetido. Pero al igual que le pasa a Inmortals (o los X Men del Olimpo), del mismo director, lo mejor de
estas películas no es el guión, la trama o las actuaciones. Es la fotografía.
Tarsem hace unos recorridos estéticos de la leche en cada una de sus películas.
Lástima que no sepa distinguir un buen guión de un canto rodado (con excepción
de la maravillosa The Fall). Pero su
capacidad de esteta y de transmisor de emociones no tiene ninguna duda.
Es más,
llega incluso a dotar de sentido una de las obras más absurdas de Daniel Hirst,
La carnicería de mi barrio se pone Hipst…
no, perdón, Mother and child, convirtiéndola
en una de las escenas más recordadas de la película.
Y unos meses más tarde, cuando el tema ya se había
dormido, voy y me encuentro con este vídeo de Dayo :
Dayo es lo que se llama hoy día un youtuber de esos. Yo,
yo no tengo tiempo de ponerme a editar vídeos, la verdad. Y si lo tuviera, a lo
mejor termino la p… novela que tengo en marcha desde 2003 y hago algo por mi futuro
literario. Pero los youtubers al parecer sí que sacan tiempo para hacer vídeos
como éste.
Y la verdad es que el vídeo está cojonudo. Es una
reflexión lúcida y muy bien explicada, que no se queda en una demanda vacía de
reconocimiento como Arte de los videojuegos, sino que además analiza por qué el
sector necesita este reconocimiento.
Digamos que esa misma reflexión se repite en la práctica
totalidad de sus críticas. Pero en esta opinión lo deja más claro.
A mí me gustan los videojuegos. Pertenezco a una
generación donde el videojuego estaba integrado como una parte más del arsenal
lúdico y donde ya había muchos de los problemas del sector actual : guerra
de consolas (Snes vs Megadrive, de toda la vida), venta de juegos incompletos
(porque si no, a ver qué es Sonic 3), intentos de sacar el dinero al jugador de
las maneras más peregrinas (Sega MegaCD…kof kof). Diréis que no se pueden
comparar a los problemas de ahora, y es verdad, pero porque han pasado casi 20
jodidos años. Esos problemas han evolucionado.
Por otro lado, no soy un Softófilo o un Gamer o como
quieras llamarlo. Soy lo que los Gamers llaman casual, que no dedica demasiado tiempo al ocio electrónico.
Alrededor de una sesión de una hora o dos horas cada dos meses en mi caso.
Y ni se me ocurriría meterme a jugar on-line, por Dios de
mi vida, virgencita líbrame de los niños ratas.
Pero esta reflexión de Dayo sobre lo que es Arte y si los
videojuegos son Arte nos trae de nuevo a la misma cuestión terminológica con la
que habíamos empezado. Ya van aceptando que los cómics son el noveno arte y el
videojuego está buscando alcanzar la denominación de décimo arte. Por no hablar
del riesgo de que en un futuro no muy lejano nos hagamos estas mismas preguntas
con respecto a conversaciones de twiter o facebook.
Aunque antes de eso, el puesto undécimo se lo disputarán
la cocina y los arreglos florares, mientras la fabricación de artículos de
broma esperará pacientemente a que esté libre el puesto trece.
Como si fueran Pokémon, por no salirnos del contexto.
No creo que sea lógico numerar las artes como si fueran ingredientes de una receta de
cocina, porque esa tendencia clasificadora tan propia del ser humano acaba
encorsetando las definiciones.
Digamos que no nos gusta lo abstracto. No todo lo que
debería gustarnos. La abstracción es una herramienta de cojones que tiene el
cerebro humano (casi) en exclusiva y que le permite anticipar acciones o
reacciones que no han ocurrido, buscar soluciones múltiples a problemas que aún
no se han presentado y que en su forma más pura produce Arte (toma ahí, otra
definición que me saco de la manga, si es que estoy sembrao…). Peeeero por otro
lado está llena de incertidumbre, ese pozo sin fondo que nos hace cosquillas en
el cerebro reptiliano y nos hace querer volver al calor de la madriguera.
Por lo tanto definimos, ponemos límites y barreras…
incluso a lo que no debemos limitar.
Volviendo al vídeo, estoy casi de acuerdo con todo lo que
dice, excepto por un detalle. Yo no considero que TODO el cine sea Arte, igual
que no considero que TODA la pintura es Arte, que TODOS los libros son Arte o
que TODA la poesía es Arte.
Para ser Arte hay que currárselo. Pero de verdad. No
hablamos ya aquí de una cuestión de virtuosismo, que por supuesto tiene
relevancia, ni de belleza por supuesto.
Porque la belleza no es requisito para ser Arte. Saturno devorando a sus hijos de Goya es
un cuadro impresionante en técnica y en mensaje. Es una obra maestra que no me
canso nunca de ver. Sin duda es Arte. Ahora, lo que es bonito, bonito no es.
No.
Entonces, si no es virtuosismo ni es belleza, ¿por qué
cojones Ciudadano Kane es Arte y Critters 3 no?
Por el mismo motivo que La montaña mágica de Thomas Mann lo es y Los espantapájaros caminan a medianoche de R L Stine no. O la Casta Diva de la ópera Norma de Bellini y Romani lo es y Toma mucha fruta de Bom Bom Chip no.
Hay una búsqueda de la excelencia en el medio, de la
transmisión de una emoción específica que ha de llegar al receptor de manera
sutil. Como si el autor descubriera de repente en las notas, las imágenes o las
palabras un nuevo idioma universabilizable que se salte las barreras de la
comunicación clásica y apele al verdadero corazón de la audiencia.
Quizás vayan por ahí los tiros. Del corazón de las obras.
Del alma.
Hace falta para llegar a hacer Arte infundir de una vida
nueva a la obra, de darle una personalidad, un carácter y un espíritu que les
transmute de una obra humana a una obra de Arte. Eso permitirá al receptor ser
uno con las emociones de la obra, empatizar con ella hasta tal punto que el
vínculo se forme de manera irremediable y espontánea y acabe por transmitir
toda su energía emocional.
Y entonces no podemos clasificar las Artes. Hablamos de
Arte sin importar por qué medio nos llegue.
La escena del pasillo de El resplandor en la que Dani recorre el hotel en su triciclo hasta
encontrarse con las gemelas, eso es Arte.
Esas palabras últimas con las que nos despide Gabriel
García Márquez de los habitantes de Macondo, son Arte.
La sensación de grandiosidad y poder que nos invade al
escuchar la Cabalgata de las Valkirias,
eso es Arte
¿Cómo no va a ser entonces Arte un pastel hecho con amor
y cariño que en su sabor y textura nos haga sentir reconfortados?
¿Por qué no va a serlo una serie de televisión tan
intensa y bien llevada como True
Detective? Y no podemos esgrimir en contra de esto su carácter episódico
porque entonces no podríamos llamar Arte a Los
tres mosqueteros ni a Anna Karenina.
¿Acaso no tiene profundidad, virtuosismo y corazón
suficiente Maus, de Spiegelman?
Entonces, el sentimiento de vacío triste y hueco que
queda al final de Klonoa o la
frustración de la venganza y el dolor por la decadencia de una época pasada de Legancy of Kain: Soul Reaver o el viaje
a través de la pérdida que supone Zelda:
Majora’s Mask, ¿tienen menos de Arte? Y eso sin recurrir a la escena indie
que nos está dando cada vez más títulos experimentales que exploran las
capacidades de lo interactivo, como Letter to Esther o Journey.
Ese es otro argumento, si los artistas de profesión
buscan hoy día la interactividad del espectador y que su reacción sea parte de
la obra (si no, sólo hay que ver las performances
de Marina Abramovich), ¿cómo la interactividad inherente a un medio va a
restarle valor como obra de Arte?
He empezado esta parrafada sin querer llegar a ningún
sitio y sin esperanzas de hacerlo, pero al final sí que me ha servido a mí para
encontrar una nueva respuesta a la definición de Arte. Una que me valdrá un
rato más, espero.
Lo que quiero decir es que no tengo una definición de qué
es Arte y qué no lo es, pero lo que sí que pienso es que no podemos asociar la
capacidad artística de una obra con el medio en el que se produce. Digamos que
es la obra, el producto, lo que debe valorarse como potencial Arte,
independientemente del medio en el que se produzca. Al menos de ese modo, en el
debate eterno entre qué es Arte y qué no, nos ahorraremos una buena parte de
las discusiones más vacías.
Y tendremos los sentidos atentos a descubrir Arte en lo
esperado y en lo inesperado, a dejarnos seducir por emociones que de otro modo
no podríamos sentir. Que es en definitiva la esencia del Arte: el sentimiento.
Seguiré sus andanzas bloggeriles, señor Dr Seitor.
ResponderEliminarUn beso y feliz año.
Muchas gracias por el apoyo.
EliminarFeliz año también.
Esto me trae a la cabeza una anécdota que no viene muy al caso pero la voy a soltar XD.
ResponderEliminarHace muchos años estábamos de visita por Madrid creo que era, y nos quisimos ver en un día el Prado, el Reina Sofía y el Thyssen (o cómo se escriba)... total que tras horas y horas de ver cuadros y esculturas, ve mi hermano un banco para sentarse y suelta: "esto sí que es arte".
Ese banco le transmitió toda la emoción que él necesitaba entonces: un reposo para sus posaderas.
Habrá que ir a los académicos a ver qué opinan de esa definición de arte.
No estoy de acuerdo, los acádemicos han perdido su derecho a definir el Arte. Ahora bien, eso significa que nos ha caído a nosotros el marrón.
EliminarQué aburrido sería que hubiera alguna forma de terminar con ciertas discusiones, y una de ellas es esta.
ResponderEliminarAl menos sobre casos dudosos. El tema de los videojuegos no creo que sea uno de ellos; para mí es una obviedad como un castillo que se puede crear arte a través de ellos. Además, hemos tenido el extraño privilegio de haber vivido la época de sus inicios.
Apuntado queda este blog. Larga vida al mismo.
Pero más aburrido sería no seguir discutiendo. Gracias por tu apoyo, sabes cuánto significa.
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